martes, 1 de enero de 2013

WALDO ROJAS/ PRINCIPE DE NAIPES

Helo aquí, barquiembotellado en la actitud de su gesto más corriente,
es el soberano de su desolación,
sus diez dedos los únicos vasallos.
Silencioso como el muro que su sombra transforma en un espejo,
nada cruza a través de la locura
de este príncipe de naipes,
este convidado de piedra de sí mismo, el último en la mesa
-frente a los despojos-
cuando ya todos se han ido.
Aquí se detuvo la soledad de la adolescencia con un fuerte silencio
retumbante,
y aquí yace él sobre sus ojos como el único brillo:
un Arlequín de Picasso, se diría, pero menos sublime
y con la espada de Damocles en la mano.

Él es el Príncipe del Naipe, "después de mí un Diluvio de agua
hirviente,
y aun todas las aguas errantes del planeta
que nunca nadie llevará hasta mi molino".


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