Ese bosque
del paterno origen
de apellido mapuche
y de vista hacia el volcán
me invita a jugar
y en sus feroces elementos
me sumerge
en sus carruseles y sus rondas
donde el ayer y el hoy
bailan desnudos
sin estúpidos rencores familiares
y sin pudores
sin recuerdos de la palabra culpa
cuando se reconoce la pulpa de la tierra
que es un bocado de todos los sabores
que pueden quedarse en la lengua
que acaricia
los pliegues que se expanden en el bosque
como lo haría
ante una mujer que abre sus secretos
de madre
que es fecunda
y me convierte
en un sol muy pequeño y muy errante
que acaricia su contorno con follaje
de bosque
ahí en Eltume
y su espectáculo de plan ilimitado
de árboles que desafían cada cielo
y sus promesas nunca eternas
entre el perpetuo sentido del cambio
de nubes que desfilan para irse
y traer algo más que una esperanza
algo más que el sinfónico ensamble
de la materia con la que estamos fabricados
y el espíritu que sube
baja
trepa y grita
ama
pierde y gana
la vida que vale todas sus penurias
a cambio del goce y privilegio
de poder jugar en pleno bosque
a la hora
cuando los lobos y los huincas envidiosos
no están
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