Mi soledad es una mano helada.
Es una catedral de losa frìa
que circunda mis sienes.
Con muros de silencio,
vacìas cùpulas de quietud resonante.
Miro a travès de un cielo fijo
y en un estanque sideral quedan mis ojos.
Sòlo escucho el pulso ausente
en el apagado rumor de este silencio.
¡Què tensa luz se acerca del abismo
y me incendia con su llama frìa!
Hasta que se cierra el hielo de esta mano
y conmovida el almna queda de rodillas.
Gran hombre Don Federico...lo recuerdo con mucho cariño
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