Allá está mi casa
el sepulcro negro de mi madre.
Ocho puertas de cal
ladrando.
DIFUSÌÒN DE TEXTOS DE POETAS CHILENOS DE TODOS LOS TIEMPOS, A CARGO DEL POETA RODRIGO VERDUGO.
Allá está mi casa
el sepulcro negro de mi madre.
Ocho puertas de cal
ladrando.
Me pierdo en la arena de tu cuerpo.
Me pierdo en las pupilas de tus ojos oscuros.
Siento la sinceridad de tu ser,
a través de tu Mirada.
Me pienso en la inmensidad de tu cielo.
Nado en tus aguas claras,
como sirena gozosa en el mar.
Entras en la profundidad de mi océano.
En la cavidad de mi alma de mujer.
Rozas tu cabello sin fronteras,
Provocando el éxtasis del amor.
Descanso en tu alma,
mientras recuperas el aliento.
Y me amas, con tu boca,
Con tus manos,
me cubres de besos como lluvia de estrellas
Y todo fluye,
Todo fluye.
En la historia de nuestro amor…
Para qué, seguir luchando
para qué tanto sufrir,
para qué seguir amando,
si al final hay que morir.
Cortado está el hilo
de los vasos que acercaban las palabras de tu hermano; a ti, que subías todas las noches a sus hombros y espiabas por la mirilla, buscando el secreto:
tu ojo vaciado ha de asomar desde el otro extremo.
¿Qué nombre te pongo vida mía,
Cuando ya muerta mi ilusión postrera
la abrí en mi corazón su tumba helada,
una noche llegó a mi cabecera
la misteriosa y pálida enlutada.
En el alma el vergel de los amores
Que tiene un cielo azul-la juventud
Allí luce la reina de las flores
Su corola de oro- la virtud.
Lejos allá...donde el trono se levanta
del invicto leòn, rey soberano
vive algo de mi ser, vive un hermano
que, como yo, sus sentimientos canta.
Las ciudades ocultan una ruina
los poemas
las personas
el lenguaje
algo anda mal en el respirar
un hombre junta aire
se infla
flota
desaparece entre las nubes
llueven sus palabras
el pavimento
amanece húmedo de ignominia
graniza
niñes estiran sus lenguas
eligen un golpe
crecen hasta tomar aire
flotar
lanzarse desde rascacielos
algo no sale dentro de lo esperado
la ciudad se reinicia
con los mismos árboles cansados
hubo un año
dicen
donde pudimos oler la arena
y una mujer se descascaraba en el café de la plaza
tomaba aire colorido
para inflarse
desaparecer
algo se pudre
las paredes avisan con su blancura
la rueda del padecer marca otra vez
es hora de correr
y las palabras toman aire
flotan llueven
nos golpean en las grietas
el rostro la ciudad
muestra su ruina dorada
en silencio
tomamos pedruscos con el tajo dorsal
nos dejamos caer
La viajera
deberá enfrentarse
al viejo tema
de lo invisible.
Bajo la sombra azul de un ciruelo en flor
un perro aparentemente zurdo
traza un arco en el espacio
con una de sus extremidades.
Ya no estará cautivo mi rostro,
ni mi pie, ni mi acento
girará por el aire como giran los vientos
como van por la tierra vagando las fragancias
recorriendo las playas lejanas de mi infancia...