Todo comienza mañana: lo de hoy,
aquello que enterramos cuando niños,
el barco de papel, el beso tras la cortina de humo:
aunque no esté presente sino de ausencias,
con luz de neón y escarchas pegadas
en el techo,
hoy ha terminado alguna circunstancia que desposee
nombre, ubicación o espacio:
lástima, lástima que todo acabe de igual manera,
aquellos que dijeron lo inverso repetirán
que todo esto es un error: mañana,
quizás mañana seremos los mismos héroes de siempre:
llegaremos a casa para encender el televisor,
diremos entre dientes una mentira descarada...
pero es inútil,
de verdad, todo aquello que soñamos comienza mañana:
el penúltimo soplo de amor que se conozca,
el niño, ese ausente que apunta su fusil entre la selva,
el mismo y su arraigo envejecido:
entonces, mejor dejar para mañana estas caricias
ya que -digámoslo con franqueza-
pocas son las respuestas que nos restan en la boca.
Mañana será el día de la felicidad perdida.
Todo comienza, entonces, entre estertores somnolientos:
lo de hoy, lo escondido, el muerto animal, todo.
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