Para que me amaras
maquillé yo mi rostro de negro
y así pintada
ascendí de nuevo al escenario
monstruosa y deformada.
Quería mostrar los negro
de mi oculto rostro
(Atrás las maquilladas capas)
Quería ser
mimo del terror,
ser fascinante.
Ahora,
de espaldas a ti,
miro el guante negro que cubre
la superficie blanca de mi brazo
de mi brazo níveo de pura porcelana
cristalina de China
y en el cuerpo
delgado y nervioso
el vestido negro que ajusta
como otro guante
la silueta contoneante
de la predilecta lujuriosa.
Un abanico antiguo de conchaperla
remolineo en mi muñeca
y en el aire se muestran
los revueltos pelos de mi axila.
Pero es mi espalda la que te enfrenta, observa,
mi espalda curva
insinuante y desnuda.
Enrosco mi verde manto
de Eva y acometo:
Qué placer éste de bajar lenta,
suave, sensualmente
el cierre eclair que encierra su grupa.
Todo el vestido cede
y su contorno bruno.
Esta es la entrada triunfal
de la carne en el estrado:
blanca es y redonda,
firme y suave.
Y en derredor todo es
rojo y oscuro.
Plateada es la caminata en el sendero
y su redonda luna.
Es hora, date vuelta, princesa,
enséñame tu rostro.
- Momento – murmuro con voz ronca –
que no hay nada.
Sino un giro violento de mi oculto rostro.
Primero: vampira con dientes de sangre y ojos
negros de cadáver y
después: la consumida.
Y todo nada más que un espectáculo
para que vieras a esta deformada
y la amaras
con terror y piedad.
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