viernes, 4 de enero de 2013

HONORIO ENRIQUEZ PERÈZ/ LA ESPIGA

Escursión vespertina.
De la siega vengo.
Vi caer las espigas.
Y las vi sobre el suelo
amarillas y flácidas;
sus bucles sin reflejos;
desmedrado el encanto
de su oro principesco.
Erizada la gleba.
Ya sin jugos los surcos.
No latía la tierra
como un vientre fecundo.
Madre de todos, madre
que das el pan y el jugo,
que dejas fecundarte
porque eres hembra. Tuyos
son los besos del agua
y del aire errabundo
en el amor sin cópulas
que da vida a los frutos.
Segado vi tu seno.
El segador hirsuto
cortaba haces de espigas
con el placer sañudo
de un hombre que arrancara
haces de bucles rubios
Es ley. Savia del trigo,
eres el pan del mundo,
hostia blanca en los templos,
para el hambre, mendrugo.
Pensamientos sin fin.
Pensar en lo más hondo.
Cómo a vivir comienzan
la semilla y el óvulo,
la célula y la espiga.
y, palpitando en todo,
el oculto misterio
y el eterno trastorno.
Quién supiera pensarlo
si no lo ven los ojos,
cómo surge la vida
del seno doloroso
y del seno inconsciente.
Madre que das retoños,
tierra que das espigas,
bendito el humano asombro,
bendita fuerza del músculo,
bendito el fecundo soplo
y bendita la simiente
porque sois y porque somos.
Sal, osado pensamiento
del principio de la vida,
del principio de las cosas.
Semilla, tú das espigas,
espiga tú das el trigo; .
y el trigo nos da la harina.
La evolución creadora
en la mies sube, en la vida
baja, y es fecundo rastro
bajo el sol, cuando germina.
bajo el suelo, cuando muere.
En todo, luz y energía,
celeste soplo en el niño
y áureo color en la espiga.
se agiganta mi sombra;
mi ánima se recoge
y mi pensamiento explora.
Excursión interminable
al ansia que nos transforma,
a la fe que nos constriñe,
al dolor que nos asombra,
al cielo que nos cobija,
al pensar que nos traiciona,
a la tierra que nos nutre,
a la tumba abierta y fosca
y a la cuna que se mece
sobre el manto de las horas.
Más allá, más allá.
Siempre lejos, más lejos,
donde la vida acaba,
se hunden mis pensamientos.
Y estallan las auroras
y estallan los misterios
en el cielo infinito,
en el surco reseco,
en el vientre minúsculo,
en la leche del pecho,
en el alado espíritu
y en el vientre materno.
Salve el tallo sabroso,
salve la tierna espiga
segada a flor de tierra
para nutrirnos. Cima
y abismo en que se enlazan
el misterio de la vida
y el de la muerte. Salve
la mutilada espiga,
jugo sacro, dulce vaso,
soñadora hermana espiga.
Virgen, blanca como hostia
rubia, como el oro rubio,
santa, como una madre,
buena, como un mendrugo.
Espiga, te vi caída
en la hora del crepúsculo.
El sol que te dio vida
mañana secará el surco
y te quitarán el trigo
y serás pan blanco y puro.
Porque en ti se confunden
las tres leyes del mundo,
trinidad de la vida:
hostia, pan y mendrugo.
Se destiñe el crepúsculo








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