miércoles, 26 de diciembre de 2012

OLGA ACEVEDO/ SITIO

Me veo aun, segura de la mano de un ángel,
liviandad, como sobrevolando por extraños follajes
Me perseguía un viento negro de cuchillos y lágrimas
Volaban por el aire mis camelias deshechas .
Y con horrible estruendo se abrieron cráteres y abismos
poblado el duro instante de escalofriantes mascaras.
Amenazada en su propia madriguera la víbora
silbaba agudamente ( también inútilmente).
Las corrientes de fuego arrasaron con todo.
No hubo límite en pie. Copa, raíz y báculo.
cayeron con gran desgarramiento.
Hasta donde mirábamos se elevaban ardiendo los torrentes siniestros.
Nos perseguían encarnizadamente, nos cerraban el paso.
Su flecha envenenada me buscaba el corazón, la vida
Algo me hirió por fin, y estalle en ese llanto.
silencioso y humilde que me se desde siempre.
Quise saber el nombre de ese extraño suceso
e interrogue llorando a los dulces guardianes de mi alma
largo tiempo tal vez me sostuvo en su nimbo
el mayor de los ángeles que vigila mi casa.
Y entendí en mi inocencia que entonces, en ese preciso instante,
donde fuera el alma con sus rosas de fuego,
me hallaras sitiada por rabiosos espectros y mortales enigmas.
Hasta que vino el día que alumbrò cielo y tierra.
Se limpiaron los suaves horizontes. Una paz de ala blanca
se esparció por los ámbitos mas íntimos del alma.
Y aunque herida, enlutada por la prueba mas dura,
el mayor de los ángeles que vigila mi casa
me revelo el secreto. Y me colmo de estrellas.
De fulgurantes dones y apasionados frutos.
Oh madre soledad, déjame ahora y siempre
adentro de tu espíritu de nardos y de lámparas,
bien segura, bien firme, como en caja sellada
donde no alcanza nada, ni nadie halla la puerta.

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