jueves, 27 de diciembre de 2012

EDUARDO AGUIRRE ORTIZ/ CACTUS


De vez en cuando, en los valles transversales,
o en los lindes del desierto rojo
como puntual, hito, límite,
naces, cactus, de despiadada gracia.
Alzas los brazos sarmentosos
suplicantes de justicia, obrero sin destino,
solo, desdeñado, pordiosero,
atalaya de los cerros, faro herido.
Nacido entre las peñas,
azotado por el frío de la tarde,
el cielo con su garganta seca
te da el rocío por tus lágrimas nocturnas.
Y nunca está contigo nadie
ni almohada de peregrino,
ni leña de hortelano, refugio de chincol,
ni palo de honda ni amigo del niño.
Huraño naces, aislado creces
y la muerte que a todos espanta
huye de tu lado para no ser herida.
Mas cuando en la tierra todo florece,
cuando en el árbol el fruto cuaja,
tu cuerpo de horrorosa gracia,
se abre en silencio para el alumbramiento.
Y nace la flor blanca, preciosa,
diamante engastado, joyero del cerro,
la hija del misántropo ignorado
decora el alma con su mejor estrella.
Mas la flor, cumplido su destino,
tan pronto como nace, muere.
Y cuando el sol le ciega los ojos,
pliega los pétalos de pureza nacarina,
cae el cactus de bruces, muerto,
asesinado por sus propias dagas.
Nadie le llora,
nadie un saludo.
En el mundo sin explicárselo siquiera
hay quienes se mueren sin producir ruido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario