domingo, 30 de diciembre de 2012

JOSÈ MIGUEL VICUÑA/ CANTO A LA MUERTE

Juventud intocada, pradera siempre viva,
ideal nacimiento, la muerte en forma pura.
La muerte con su canto
melancólica nace cada día a la muerte
y se enfrenta en el grado de sí misma a sí misma
en el sin fin sin fondo de un infinito espejo,
de este lado o del otro, siempre igual repitiéndose,
y se enfrenta en la noche de sí misma en la rueda
de su eterno engranaje soterrado que canta.

¿Quién es vida, la muerte, los instantes que fueron, lo olvidado?
¿O es el no tiempo, el más allá, lo no vivido?
Lejos, la muerte alienta la invencible gangrena
tras el remordimiento de las yemas floridas;
lejos, la muerte tiene misteriosas poleas,
cadenas, losas húmedas con argollas de herrumbre,
y deja bajo el polvo sangrantes las diademas
de sol, de lento fuego, de tiempo sumergido.

Lejos, la muerte tiene
un nido de engranajes y ruedas soterradas,
y sordamente canta
y aterra con su ausente presencia a los dormidos.

Pero está en mí la muerte,
es aquí donde siento su dulce fechoría,
roer en mis entrañas ponzoñosa materia
caer en mis andenes solitaria la vida
como una transeúnte enajenada y sola.
Es un ala de musgo que me besa la cara,
cristales de crepúsculo de venenoso néctar,
un grito en la ribera, oh muerte enamorada.

Todos mis desprendidos follajes y plumajes,
todas mis dudas, lágrimas, pensamientos perdidos,
han venido llenándote mi voz, e integrándote.
Sí, soy yo, yo mi muerte, combustión invisible
que crece de mis muertes de cada instante adentro.

Eres alba de vida y eres solo la muerte,
sólo música muerte danzarina en la piedra,
muerte alada que alarga sus alas en la nada,
imperceptible muerte que nos conquista ciega.

Ah, muerte, muerte mía, no me dejes, atiéndeme;
acércame al oído las primeras canciones,
muéstrame las visiones de la instancia perdida
y envuélveme en tu aliento sidéreo y tus rosales.

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