jueves, 27 de diciembre de 2012

RICARDO MARIN / SOBRE LA PIEDRA

Un rio de sedientas aguas
Invade el lugar puro de los seres.
Viene de otros siglos, en llanto obscuro
Destruyendo la breve luz terrestre.

Su rumor interno
Azota el impalpable territorio
Y en sus aguas se ahoga el pensamiento.

De los amados ojos
Van rodando peces tristes. ¡Oh sumidos signos!
Al rio que tiembla con sus aguas duras
Sobre la piedra insomne del destino.

Al fondo del destino, en sus mareas,
Ciegos se abren los caminos.
!Oh razón, Oh luz!
El rumor del hombre, deshojándose
Corre por el latido de la sangre
Y de pronto enmudece en la piedra.

Un sonido negro
Como un vuelo fugaz e infinito
En lo último del súbito silencio.
Y lejos, tiempo, nube
Nada.

Piedra. Silencio.

La sien entonces
No se resigna al mudo mandamiento
Y regresa para oír
Y caminar sobre intangibles hojas…

Infinito, indescifrable sonido,
Tiempo perdido, alimento.
Oh transparente deshojado,
Luis Marín, padre mío:
En tus cabellos sin rumores
Alguien se aleja de mi alma,
Alguien con pasos de aire.

Pienso:
Más tarde será más tarde
Pero tu cielo, cuyo suave peso
Lo comprendo yo ahora,
No es más que un frio incendio
O un cuarto lleno de lágrimas.

Digo:
El cielo ya no late,
Aun nadie lo sabe, nadie, nadie.
El espacio, sin embargo, llora y llueve.

Mi corazón dobla su pétalo
Y emprende un viajo, lento, lentamente,
A sus secretos huecos…

Aquí hundo mis sienes, mi ámbito alado,
Lo que soplaba, desnudo, allá en el fondo:
El amor, el sueño, el inefable mundo
Que desbordado y balbuciendo
Crecía como un labio matinal.

¿Oh tu corazón, padre mío,
Tu solitaria planta a medio comenzar,
Mis pobres sueños, padre, el pabilo perdido…

Vuela un cósmico gemido de mi ser
A la siga
De lo que no pudo palpar sus formas puras.
El viaje por entre el tibio escombro
Subleva la sangre
Del que quedo mirando en una orilla.

Parado junto a un árbol
Uno señala el infinito con un dedo.

Luego,
¡Oh dios, oh dios mío y malo,
Oigo gemir la noche
Entre planetas y fríos muros
Y la canción que se prolonga en tus labios eternos!

El mundo se habrá admirado
De encontrarse mas grande, sin pensarlo.

Cae el ultimo, el mero pensamiento de los seres
Y un golpe solo se oye en el eterno.
En líquenes de nieve
Llega la dimensión del mal silencio.

Toca el alma, la flor de la raíz,
Con sus guerreros pálidos y mudos
Y el llanto cría una tempestad bajo la frente.

Las lagrimas entonces: ¡Ah las lagrimas!
Nunca podrán ser mas hermosas, mas inmensas y mas solas.

Allí el alma se desliza,
Quieta nadadora,
En un mar de enterradas olas.

Así
Se apaga el fiel rumor, el santo fuego
De los labios íntegros y sabios
Y el ser, solo, se pierde tras el tiempo.

Pero tú, Oh acacio de mis mares.
Tú cantas como un mudo sobre el cielo!

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