lunes, 31 de diciembre de 2012

GALVARINO PLAZA MERINO/ POEMA DIECISIETE

Escribo para mi sombra que camina,
para estos ojos que se han de comer la tierra.
Para despuès de la sombra,
para despuès de los ojos, que se cierran
cada noche,
escribo para cuando tenga el cuerpo amoldado
a un pedazo de tierra,
que puede ser:
Amèrica, Africa, Europa, Asia
u Oceania.

No escribo para intelectuales
que estudian la forma de construir la voz
con un poema
que se puede usar como un traje
los domingos.
Hago estos pedazos de monòlogos
para los alucinados que creen en entierros
y en la existencia de ciudades perdidas,
donde nadie se guarece de la lluvia
y la humedad.
Como la semilla de plantas que han sepultado
poblados enteros, de la noche a la mañana.
Hay que hacer poemas
como quien hace vasijas,
con el hueco para que sueñe el barro
un largo y pesado sueño.
Yo no soy otra cosa,
sino un olvidado manufacturero de imàgenes
de un dios emplumado
que cultivò la redondez de la tierra
y que solo con sus temores,
esperaba el paso de las estaciones cada año.

La lluvia entrarà
anidarà en el brocal de la vasija,
llenarà de sonidos un espacio solo,
como el que se hace en los huesos
cuando la mèdula no es otra cosa que humedad.
Ya no existirà nada
cuando el sol evapore en mito.

El aljibe carece de hierba
y por èl caeràn las palabras.
¡Oh Dios mio, Dios con mayùscula,
decapitado y quemado en la hoguera de los herejes!
Dios despojado de casa,
Dios sin patio,
sin àrboles con frutos que caìan de maduros.
¿Què sucederà cuando nadie eche al hombre de su casa,
cuando no exista el limite entre lo mio y lo tuyo,
cuando las hierbas sembradas pot olvido de las semillas
hayan borrado los deslindes.
(Hierba, planta cuyo tallo no desarrolla tejido leñoso,
y sòlo persiste hasta dar flores y frutos).

El hombre sueña con decir:
Quedatè solo, pan.
Sòlo en el hueco caliente del horno.
Echate a morir sobre la tierra, endurècete,
convièrtete en piedra lejos de los labios.
Ablàndate, de tanto navegar en el rio.
No necesitamos tu presencia,
ya nadie busca tu forma de discordia sobre la mesa,
el hombre ya no tiene dientes,
tiene apenas, a duras penas,
un pedazo de tierra donde poner sus ojos vacìos.

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