domingo, 30 de diciembre de 2012

MARIO FERRERO/ METAMORFOSIS

Llegabas como un hilo de seda caìdo en las alfombras
y sin que nadie lo advirtiera
comenzabas a arder de un extremo a otro del bosque.
Y se te llenaba de resinas el jugo de la lengua,
la lengua de la piel como un làtigo sacro
lanzado a unos corceles invisibles,
a un mar de oleaje pùrpura que nadie conocia.

Llegabas con tu paso de presencia inaùdita,
con ese aire de almohadas y palomas
que te hacia lejana como un cisne olvidado.
Y te ibas en la noche despidiendo fulgores
envuelta en una nube de metales ardientes,
el alma aprisionada por los nudos del sexo
y el sexo como un àrbol furiosamente obscuro
que arrojaba sus frutos contra la tempestad.

Amabas aquel fuego violento de las manos,
el fuego de las bocas como antiguas catedrales sedientas.
Amabas esa llama que secaba una a una
las vertientes del ser
y extinguia los peces de olivo de la sangre,
amabas esos tiernos animales que huyen hacia el mar
cuando golpean en sus lomos las ramas del incendio.

Tù eras el incendio, la furia del diamante
que traìan las flechas en el aire salino,
la lujuria del sol que cambiaba de pètalos,
el gran espejo de oro
donde bajaban a beber los pàjaros silvestres.

Te recuerdo los martes, cuando todos se han ido
y me sobran cerezos en la rama del mal.

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