jueves, 27 de diciembre de 2012

CARLOS HERMOSILLA ALVAREZ/ MARTA UGARTE

En un negro colapso de sal, de sangre y sollozos
el mar tendió tu cuerpo sobre la desorbitada arena
y allí quedó tu fina estructura de estrella,
meteoro en vértigo, corazón en alga,
asombrada semilla,
simulando paz de árbol, semejando barco dormido.
Pero el mar sabía y lo sabía el cielo con sus cirrus
y lo sabía el viento sabio en distancias,
sabio en montañas y años vertiginosos
y en hondas voces lo sabía el viento
que allí quedabas no como estatua de sal
ni como cuajada forma de silencio
o gesto de piedra,
sino transformada también en viento
en aire con largos dedos redentores
transformada en voz conminadora y acuciante;
lo sabía el sol al derramar sus primordiales linimentos
sobre el pavor de tus heridas;
lo sabía la luna
que acompañó con el cortejo de las olas
y al quedarse junto a ti arrodillada;
lo sabían los viejos pinos cercanos
siempre absortos,
y los multiplicados pájaros clamadores de la orilla,
lo sabían los cánticos patinados
por siglos y tormentas;
todos sabían que por tu corazón abierto
por tu seno horadado
por entre los alambres que te aherrojaban,
por entre las lacerías de tu vientre,
por sobre tus ojos abiertos
que abarcaban tu cara,
tu cara luminosa, tan clara, tan serena,
por entre tus labios torturados
por los clamores de muchos días,
por ti toda pasaba un destino embanderado
esparciendo brazadas de espigas fecundas,
puñados de cantos con salitre y con espuma.
Allí te dejó el mar en esa playa
como quien deja un astro adormecido
arrecido por vastas misiones abisales;
pero el mar también sabía
que ahora sólo te dejaba descansando
para una nueva, una alta, una larga misión
por los caminos de la tierra.
Hija, hermana, novia, esposa, madre,
compañera, maestra y guía.
Toda tú con alas, toda tú con abiertas manos,
toda tú índice, toda tú trompeta juiciadora,
toda tú alta voz, pupila enorme
toda tú estandarte, toda tú bandera,
toda tú mandamiento y defensiva
por sobre acuciantes caminos ceñidores.

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