martes, 25 de diciembre de 2012

MANUEL BLANCO CUARTIN/ AL BORDE DEL SEPULCRO

¡Sombra querida!, que, doquiera arrastro
mis vacilantes pasos, vas conmigo;
sombra, que fuiste de mi vida el astro
que, aún apagado, con amor persigo;
¡visión celeste ! ¡sombra idolatrada!,
permite a mi laúd este lamento,
voz interior de lágrimas cuajada,
grito desgarrador del sentimiento.
Si no lanzara este afligido canto,
mi corazón de pena estallaría;
ni, ¿para qué sirviera la poesía,
que es todo amor y música del llanto?
Una a una recorro mi memoria
las fases de mi mísera existencia,
y en todas ellas eres tú mi gloria,
mi luz, mi numen, mi vital esencia.
Cuando apenas contaba yo veinte años,
y era yo presa de feroz tortura,
de precoces, horribles desengaños,
de irreparable y negra desventura,
quiso Dios colocarte en mi camino;
y cual viajero que sediento vaga
y se encuentra un arroyo cristalino,
así te hallé yo a ti, divina maga.

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