En campanas de plata, olorosa a rosales,
viene conmigo una perdida vibraciòn
cargada de inocentes recuerdos coloniales,
y uno que otro arrebato lirico de pasiòn.
Olas de himnos esparcen por sobre los tapiales
la tristeza del àngelus y el àgil repicar
a una fiesta que dice a parodias reales,
el òleo de un infante o un cortejo nupcial.
Si esta villa dorada de cuentas y consejas
tiene su poesia, està en las cosas viejas,
està en los campanarios, y huertos y jardines.
Sòlo falta el prodigio de unas manos leales
que al tocar las ingenuas campanas conventuales
haga que nuestro monje se levante a maitines.
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