LXI
Cada mañana intento aferrarme con dientes y uñas
a alguna cosa sòlida, espesa, palpable como el
miedo.
Pero este niño que me tiembla a contraluz
mueve buena parte de mis dìas.
Me habla del monte por donde viene mi padre
con un saco al hombro y mientras le llueven
piedras desde el cielo;
pero èl puede escamotear lo vengativo
con la parte que Cristo dejò a la piel del mundo.
Se sentò sin embargo a respirar desde lo hondo.
Con las piedras hizo una casa
Una noche cualquiera se empapò de mujer
la cara.
En pocos segundos ya tenìa hijos sanos.
Domesticaron cuanto habìa encima del planeta.
Nos hicieron volver de nuevo al monte
ahora para una evangèlica limpieza
y arrepentirnos de no sè què culpas.
Esta vez el miedo nos puso de rodillas.
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