III.
Callejear corazón arriba, corazón debajo de las tres, treinta trescientas ciudades de torturas. Escrita la madrugada con mechas de cartuchos, diabólicos, con carboncillos de imbéciles eunucos, con ladridos de esquinas oscuras. De miradas en mirada haciendo el aro con vasos guturales. Corazón arriba abriendo el paso a pura hacha de guerreros pintados, corazón abajo hallando vetas callosas. Por aires cargados con un peso, el peso de la muerte del talado toqui de los bosques. Conmovido hasta la genitalia el Perdido, en actitud de bárbaro, apuntando con un dedo consagrado la zona sensitiva, revolviendo la mazamorra hirviente, el cedazo en donde definen un antiguo duelo el mal i la verdad. Corazón, corazón el vagabundo por trescientas calles de sandunga, mano a mano, i a veces por desgracia dardo del otro -el mismo- así mismo. Atravesando calles de guerra, las longitudinales, las paralelas, las centrales. Tránsito en un dolor de edificio humano, por las calles de la guerra milenar del pan, del aceite, de la moneda. Muriente i vital, naufragativa la roja bomba cardia, feroz de amor el profeta cantor-radiactivo poeta ciudad arriba, ciudad abajo dando con pie de dios de la montaña medio a medio del cuadrado culo de los malditos. Dando fuertes a ofidios malditos en calles de guerra hasta que en despoblado de yeguas i señor mío se desafine la Bestia con la lengua tamaña de extinguida i su mierdero chúcaro enviado a paseo. El Cantor i de frentón el puño con hoja de palma severa como ídolo de gesta griega. Por el atajo de un cuento de lobo sicópata la bestia esgrime negro la que con sólo la mirada homicida de sus ojos. Confrontado al gran bruto deste universo le espeta con voz terrible: vade retro engendro herético, gorilón, obsceno, inicuo. Hombre i acero el Perdido repite el golpe de tintero conque al Malo tierra arriba cielo abajo.
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