Escogeremos el calendario viejo
para iniciar nuestra memoria.
Escribiremos para que otro sentido herede la voz:
un atrapa niebla de palabras ausentes
ahogadas en el río ligero del olvido.
Y cuando este pueblo baje óvulo su invierno
a buscar nuevos hijos para la arruga
nuestro silabear será la lluvia jugando
con dibujos que un niño traza en la ventana.
Dejemos que estas redes
sean remendadas por los muertos,
un hombre envejece
sólo cuando olvida su primer sueño.
Es hora de conversar y beber con mis parientes.
Están alrededor de la mesa:
el tío que ha de morir bajo las patas
de un caballo loco y la abuela que conocí
a través de la altiva tristeza de mi madre.
No tenemos medallas para este siglo.
Somos destino y sucesión:
el tiempo suficiente
de la oruga en su arrastre
de la sílaba en su tierra
del amor en su preñez.
Estamos bebidos hasta las sienes
pero recogeremos el canto, porque
si algo perece estas manos sabrán forjar
nuevamente su tierra
y cuando para uva sea, entonces
su cielo.
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