Diligente te busqué
a través del espacio cósmico.
Recorrí más allá del límite terráqueo,
del cielo, del sol y del Hades,
y de la pequeña inmensidad de tu universo.
Con la inquisitiva mirada
de mi sexto sentido,
olí el vinagre que apaga tu sed,
blasfemar escuché a los centuriones romanos,
Vi brillar el filo
de las acusadoras espadas
y sobre mi piel sentí
la corona de espinas que desgarran la tuya.
Con mil figuras paganas te creé,
de esas pecaminosas,
que trituran la conciencia,
que desolación, llanto
y cuerda locura provocan.
Infatigablemente te perseguí
en mi siempre bulliciosa soledad,
en mis realísticos sueños,
en mis mutilados amaneceres
sofocadas por mi falsa realidad,
con la enfermiza obsesión de mi mente,
que es más poderosa que la vida,
y más fuerte que la muerte,
y mas infinita que el nacimiento y el deceso
de la eternidad.
Por los cuatro puntos cardinales indagué por ti:
Por el norte y por el sur,
por el este y el oeste,
aun por el oriente y el occidente,
con las fuerzas que da
la debilidad del pensamiento,
con mi carme desposeído de espíritu
y con mi fracturado ser.
En mis entrañas vibró tu voz de múltiples estruendos
y en el torbellino del tiempo,
en fracción de segundos
me arrebataste hasta milenarios pasados, hasta el armagedón
donde una vez, nos enfrentamos tu y yo.
¡Había ya comparecido delante de tu trono blanco,
de tu ángel verdugo y de tu gran juicio final!
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