martes, 9 de abril de 2013

FLORENCIA SMITHS/ SALIENDO DE SAN ANTONIO


Abandonar
la ciudad con perros
tan rápido como vaciar el alma
como abrir la garganta
y dejar salir los gritos
es un acto
reflejo-complejo.
Un acto desenfocado
para la madre viuda
y atreverse a dejarla sola
encima del mantel a cuadros
bebiendo la espera oxidada
al fondo de la taza.
Entonces uno planea la huída
tal como nada y como siempre
yéndose poco a poco
como si la gota no fuera el mar
y como si la sangre
de un solo cuerpo
no fuese toda la humanidad.
Más aún si en la calle
los escolares se pasean embobados
distraídos del margen
de la vereda
pisando la basura desperdigada
la cola de los perros
más aún si alguno de ellos se parece
a un antiguo hombre que uno quiso.
Dejar la ciudad de siete y media
completamente oscura
completamente cercada
por el pasado y su marca
-“porque todo tiempo pasado fue peor”-
y decirle a uno
que no importa
que algún día
las cosas –y las casas- van a cambiar
y ese dolor
de salir a buscar la vida
a otra parte,
pasará.

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