Hoy no llueve. Hoy hace más frío que ayer
y la niebla se mete por los bolsillos,
los oídos, los dedos meñiques
de las personas,
se mete en el zapato parchado del amor.
Por puro descuido, imperdonable descuido,
con la palabra sol
o con las palabras fuego, calor, tibieza, abrazo,
lugarcito de dulzuras
(habría que escribirlas con enormes letras
en todos los cielos del mundo,
en todos los idiomas).
Hoy hace más viento y menos aire,
menos alma, menos que comer
y más tormentas en la boca.
Hoy no es un buen día para decir
“buen día”; pero no tiene caso lamentarse.
Sólo un desnivel de cosas sin nombre
y la inexplicable importancia
de lo que no tiene importancia,
como un golpe, dos golpes, en la mejilla
que nos prestaron por un rato.
Sólo la ventana interrumpida,
la música de los abrazos que no nos dimos,
el sonido tibio de los cuerpos
que no amamos.
Hoy es un buen día para desaparecer
hacia adentro,
volverse gato, volverse ovillo de lana,
volverse canción
y luego estallido de volcán en tus ojos,
enormes, asustados.
Sólo la ausencia, la niebla, la cebolla,
la cifra de los silencios.
Hoy no llueve y tampoco sobramos.
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