sábado, 13 de abril de 2013

JUAN CRISTOBAL ROMERO/ GUIADOS POR LA I NERCIA DE LA EDAD



Las cosas son recuerdos de sí mismas.
Y sus nombres se extienden hacia nuevas
acepciones, de cuyas existencias
no somos advertidos sino al tiempo
que el nombre ya está muerto para el alma.
Una ventana no es una ventana:
un hoyo en la pared a media altura
reducido a su exacta utilidad.
El techo: un mar de naipes que amenazan,
al primer sobresalto, derrumbarse.
Casas siamesas, plantas de interior,
jardines con sus árboles talados
de blanco -signo de higiene y ornato-
en un torcido gesto, casi bello
o a lo menos sedante para el tipo
que no resiste tanta realidad.
Esto sería lo más conveniente:
que los días se lean a sí mismos
en el lenguaje de la adolescencia.

Fuimos sacados de contexto. Juego
de frases, donde no hay palabras falsas
ni correctas, sino mal entendidas.
Qué me pediste y no te di, que sales
con que te debo un tercio de la vida.

La palabra empeñada se reclama
con un sentido nuevo, tan distinto
de lo que alguna vez se pretendió.
Hicimos lo que hicimos sin medir
las consecuencias, todo lo veremos
en el camino, me dijiste, presa
de no sé qué fantástico optimismo.
Y confié, más guiado por la inercia
de la edad, el ejemplo y esos prácticos
usos, que por la propia voluntad.

Los nombres de las cosas son menciones
de cualquier cosa, menos de sí mismas.
Sólo podemos encontrar palabras
para lo que está muerto ya en el alma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario