martes, 9 de abril de 2013

BORIS TOCIGL SEGA/ PHILOSDENDROM (FRAGMENTO)

I
JULIO

Odiaba ese calor insoportable de New York. El aire era hùmedo, espeso y resbalaba igual que baba del alfèizar de las ventanas. Desde ellas podìa ver su masa caliente arrastràndose como marabunta sobre el asfalto de las calles. Me pasaba las horas observando su lomo largo, viendo como se escurria inagotable por los resquicios de las puertas, ropas y alcantarillas.
Aquel vaho de laxitud daba un compàs màs largo a mi vegetar enfermo, a mi hastio de masturbarme. Hacìa meses que vivia encarcelado conmigo mismo, reptando del baño al dormitorio, a la cocina, sin tener màs prado que el color de los muros de mi departamento y el smog del cielo. Dentro, me roìa lento el transcurrir del tiempo. Mis piernas y mis brazos lacios, eran carne flàccida, mi mente me era totalmente ajena y no lograba conducirla ni ordenarla. Para aplacar las horas, pintaba. Eran cuadros blandos de formas amorfas, eran peces deasientos pariendo gusanos, alas,cascabeles, huevos trizados, eran cementerios blancos, jardines de algas vivas, medusas, todo girando en figuras grotescas como orejas de viejo. Nada saciaba la gran boca, el grueso esòfago que era mi angustia. Pintaba, sòlo por desparramar esas pulsaciones de sangre que me rebanaban las sienes hacièndome gritar de ansiedad. No lograba dibujar una flor, ni un rostro, ni siquiera el de mi mujer, Antonia, sin cubrirlo de cascarrias.
A menudo me excacerbaba hasta lograr un climax de arcadas que descompusiera mi cuerpo, aturdiera mis òrganos y mis mùsculos y los forzara a vomitar sus orujos. Con gran cuidado los recogia entonces y los fijaba en las telas de mis cuadros. Pintaba con ellos, porque eran lo que era mi existencia y mi ùnica forma de idioma. A sus manchas biliosas les daba forma de telarañas para que mis escupitajos parecieran ricio y mis mocos perlas; luego, en calma, me postraba a mirarlos mientras comenzaba la lenta rutina; manoseàndome, apretàndome con el puño, luego golpeàndome ràpido sobre la vejiga imaginando las manos calientes de Antonia. Mi goce era contener el goce y retenerlo, una y otra vez, hasta por fin, dejarlo escapar vaciàndose entero sobre la nada. Lo hacia pensando en Antonia, quien conocia mi cuerpo, mis fetiches y me hacia gozar con ellos. Antoniam, excitada, era una hembra grosera que todo lo nombraba al balbucear su espasmo; habìamos gozado cientos de veces juntos y siempre con ese goce profundo, que enardece, duele y que cuando podia escapar me crispaba la espalda y me hacia empujar en ella con todas las fuerzas para poder vaciarme en el fondo de su vagina que adoraba. Ansiaba volver a gozar en ella. Sòlo masturbarme lograba aplacar esa ansiedad y adormecer mi cuerpo; ùnico escape en aquella confusiòn que pudriò mis sentidos durante todo aquel largo verano. 

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