Ponía más atención el centinela
al brillo del cántaro, que nadie
le había encomendado, que
a las flechas que desde los cua-
tro costados de la ciudad ame-
zaban con derribarla.
Que estas señales no te aturdan:
son renuevos de la inconformidad.
Tengo algo de cristiano
en mis pulmones
y algo de ateo en las rodillas.
Mi mano izquierda es una santa
y mi mano derecha me masturba.
Mis pies plebeyos me llevan al boliche
y mi sombra inmaculada
me trae de vuelta.
Orino por los cuatro costados
de la ciudad
y mi belleza me enerva.
En tanto
debo saborear los sexos de la noche
hasta que el amanecer
les dé su forma rotunda.
Debo convivir
con mis conceptos de justicia
y solidaridad.
Y con la mierda
de mis sueños.
Esta cicatriz
que nunca ha sido herida.
Cuando yo tenía trece años vi un dios triste
fabricar manzanas de greda
y luego marcharse a su país, hacia la nada.
Lleno de espermios silenciosos viví
-palabrejas desordenadas
en la ingle sola: las flores
que no ocupó la primavera-
hasta que la juventud degeneró
en costumbre
y conocí a mis verdaderos cómplices.
Desde entonces olvidar
es mi recuerdo más viejo.
Y el verbo más inservible.
En todas sus formas
he llegado a conocer la humillación del rito
a la hora que tú te levantas
yo me acuesto;
a la hora que tú te acuestas
yo asumo mis derrotas;
en el momento
en que tú haces el amor
yo lloro
o defeco.
Cuando tú vienes
de vuelta
yo permanezco
inmóvil
esperando
el paso del tiempo.
Y cuando tú
le llevas una flor
a tu madre
yo me lavo
las manos
en el río
más próximo.
-Bebe de este cuajo paterno -me dijo-
y comprenderás.
Fue una mañana estallando contra los yuyos
y yo había salido a recoger legañas de serpiente
en las oquedades de la orilla
donde el río pulsa y se contrae
cuando lo vi*: era un hombre primitivo**
aferrado a las escamas tiernas de una roca,
pensando en sí mismo
con el corazón apretado bajo su barba sin tiempo.
¡Tantos siglos lejos de la tribu
y sin embargo fiel a su destino*** de cazador al trote!
* Lo trajo hasta el Guaiquillo la tos del ventarrón
cuando el ventarrón no se llamaba ventarrón,
supe después.
** No queda de él sino su recuerdo de greda
-la espuma india o fugitiva
que nunca tuvo abecedario-
y sin embargo en el temblor que vigilo
se me ha pegado su gesto fulminante y casi sometido.
*** Todo era verde -sospecho-, todo chilca,
todo pensamiento burbujeante
o seminal acuarela
de alegres dioses inexpertos.
Aquello que sé
cuando sudo
Durante el tiempo en que fui mago*
hice aparecer al hombre** que llegarías a ser:
el bienaventurado de la siesta***...
Ráfaga desbordante, tu seminal estampa****.
* De un sopor abisal eres hijo,
bolichero precioso, te decía.
** …No sólo eres palmario:
también lo pareces.
Me dices apúrate
cuando ya he llegado.
*** El que muestra su placer,
el que escribe cartas sin sentido,
el transformador ocioso
de mundos por descubrir.
**** De tal manera creo que tu ropa tirada
entre los roqueríos
no sabe tanto de ti -no podría dar detalles
de tu intimidad-
tanto como saben mis ojos cerrados.
Mostré todas mis heridas
sólo para que él mostrara
su juventud.
-Ven a vivir conmigo -propuse- . No le pego al bueno desde 1999.
-Esa noche en la que tuvimos onda -confesó-
vi el cuerpo desde el cual olvidas.
-Estábamos todos carreteando y por un momento sentí
que mi desnudez no estaba debajo de mi ropa -me defendí.
-Toda contradicción muere en su ley -dijo, como diciéndoselo a sí mismo.
No toleré su efugio y me la jugué: -Una cachita no nos vendría mal.
-¿Por qué las ausencias siempre están donde no están?-preguntó,
haciéndose el leso.
-Una pajita por último… -imploré, para no perderlas todas.
-¡Viva el silencio! -gritó, a modo de escapatoria.
-¡Viva! -contesté, a fin de salir airoso del impasse.
No me conformé con ser el único:
quise ser el mejor.
Cuando fui cebollero*, te escribí versos tales como:
No te perdono esta tristeza
ni las raíces en mi lecho.
Han pasado los días como áspides
por un desierto
que es esta parte de mi vida.
Cuando fui cebollero, escribí versos contra ti, que me
/rebotaban como acetatos de lírica vileza:
Estoy ocupado recordándote,
tratando de llegar al espacio de mí mismo
en donde estás.
Cuando fui cebollero, todas las palabras significaban,
/en sentido figurado, más o menos lo mismo:
Aunque no te tengo
eres lo único que tengo.
* Ahora que te amo te pregunto
por el precio de los cigarrillos,
por la muerte o la infancia
que se nos olvidó compartir
y por qué estamos tan libres
de pecado.
-Tú que esperas encontrar un ángel
lo buscas por las calles de la ciudad
y yo que busco a alguien de carne y hueso
espero que me caiga del cielo.
-Amigo mío, no olvides llevar siempre contigo tu
/cadáver.
No vaya a ser cosa que la muerte te encuentre
/desprevenido.
Rondé a un extraño
y me transformé en él.
Solamente borrachos
habremos de reconocernos.
Quemé todo mi oro
para luego bailar sobre cenizas doradas.
Me volví a encontrar con él
en noviembre de ese mismo año
en la fila para operarios de aquella frutícola, en Lontué.
Quizás resulte improcedente decirlo en estos versos
pero bastaron quince centímetros de desolación
y un crepitar de entrañas
para que de ahí en adelante
dejara de pasar el tiempo.
Puesto que él,
que era nada más que un rey silencioso*
que escribía te quiero con faltas de ortografía
y usaba botas en primavera,
optó por descubrirme sin piedad,
impunemente.
-Hola, me dijo. Y al oído en susurros: -Lo haría de
/nuevo.
Pero yo no entendí su metáfora
y me escabullí hacia mi cotona
con una sonrisa dolorosa en todo el cuerpo.
Desde entonces veo pasar noviembres a cada rato
y vuelvo a aquella frutícola, en Lontué
cada vez que puedo.
Y me devano los sesos.
No besabas.
Cuando llegues al cielo
y Dios te diga: -Y no me convidaste
de tus estrujones,
tú dirás: -Cuándo, pero cuándo, Señor?
Y Dios te dirá: -Esa tarde entre las rocas,
en el río de Los Queñes.
* Su reinado era mi pundonor.
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