jueves, 27 de diciembre de 2012

ENRIQUE JONES/ TOTAL

Salta una flor en plena luz,
actual avalancha y aquí estamos nosotros.
Libro de piedra mojada
en cabelleras pendientes de su cutis,
ave distraída en el sol de un nervio desconocido
a pesar del fondo del cuerpo y sus batientes puertas.
Juego de animales caritativos
en las letras del nacimiento,
cerebro de agua preferida golpeándose las uñas
en los dos silencios de que depende un grito,
y en el dominó del huevo cósmico y presagio
y en la casa vacía del degüello y las plazas
y en las trenzas del llanto sin fondo y las fundas
y en el microbio que dispone su merienda en las órbitas
y en el disparo de olvido
que desvanece las bocas y saludos,
y en el ¡ah! Y ¡ay! de todo lo estático como venda.
Dificultad de desvestirse a tiempo
y abrirse paso predilecto entre los brazos.
Pasar de un tren a otro como visita
sin hacer sollozar las primeras parras del ser.
¡Ah, el volcán dromedario!
Llegar desnudo así sin cesar
hasta lo más afuera de la sangre.


Pasar por la piel inclinada
desde antes como un mensaje.
Así. Así con enseñanzas, con señas colectivas,
la sinovia del huerto, la llama, el guante,
la cal, la hierbabuena.
La sal que trasciende de los huesos como vahido.
La dentadura al revés claro,
la dentadura como santo y seña
inclinando la mirada
que es un consejo para los muertos.
El frío, el hambre, el harapo, la llaga
y el alcohol del chileno,
inclinarlo todo
en una sangría para desnutrir la muerte
y pasar camarada con el viaje más deseado y vistoso.
Hacerlo así para ver reír siquiera
una vez al explotado.
Llegar sorpresivamente cubierto de arena
y adorar los árboles que nos impulsan
y mover lo que intacto aguarda
detrás de la sonora luna.
Es aquí afuera donde nos recibimos
a grandes heridas deseables,
sin temor de perdernos porque nuestra palabra es pura
para alcanzar la realización de cualquier piano necesario,
para alcanzar los oídos dispuestos
desde hace un pájaro incoloro,
para alcanzar la austeridad de ciertos mares voluntarios,
para que de las vértebras arranque un vino
de enormes hojas,
para que el vientre de compañera celebre un cielo
después del desangre de la tristeza.

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