Fría mañana del invierno crudo,
de la aldea, en el alto campanario,
tétrico el reloj vibra, funerario,
dando a la gris aurora su saludo.
Desde su pobre hogar labriego rudo
ve los copos formar blanco sudario,
y cavilando en el sustento diario,
piensa en sus hijos y parece un mudo.
Oh! Dice al fin, Maldito sea el invierno
que al indigente con crueldad asedia
por si aún es poco su sufrir eterno.
Y un opulento, en su balcón exclama,
feliz e indiferente a la tragedia:
¡Cuán hermoso es el blanco panorama!”
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