Arribamos al mesón como un barco
se acomoda a los muelles.
El bar respira el humo azul
de numerosos tabacos distintos
y apenas alcanzamos a distinguir
los gestos de la cantinera.
Se habla de largos viajes
y los parroquianos más ebrios
se miran en los fantasmas que surgen
de los espejos trizados.
De improviso se abre una puerta
al golpe del viento
y todos nos vemos navegando
en un mar de tinieblas
rumbo a la embriaguez más espantosa.
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