Duende de la luz, desde tu bosque oscuro,
por martillos y cantos germinados,
enciendes de nostalgias el pasado
e inciensas con tu vela el cielo puro.
Montando el mar con ademán seguro
y en el jardín del viento encaminado,
creces albatros, blando, enamorado,
y no olvidas que fuiste roble duro.
Como un faro que vence las distancias,
cargando con los puntos cardinales
te vas falucho prolongando el río.
Y mirando tu estampa de fragancia,
como un astro en los mustios ventanales,
sopla en mi sueño el solitario frìo.
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