jueves, 23 de mayo de 2013

CARLOS SOTO ROMAN/ RECOLETA Y VALDIVIESO



No hay tal cosa como un quiebre,

dijo Berrigan, 1964. Yo pienso en las ciudades.

Las de plástico, las de concreto.
Las perdidas entre los sueños de los vagabundos
y los inocentes viajeros que llevan los dedos
amarillos de marihuana y que
todavía piensan que el mundo es algo

que vale la pena.
Yo pienso en las ciudades.

En su ruina más bien. En el tintineo incesante de la población hormigueando

en sus recovecos.
Como ese día en el Cementerio Católico, ¿te acuerdas?

Veíamos los nichos y nos imaginábamos los cuerpos apilados
unos sobre otros, que ardiendo en la espesura,
se verían como el faro de Alejandría.

Una torre infernal de huesos y carne putrefacta.
La ciudad completa, sólo huesos y carne.

Larry me contó la historia de la monja que encontraron

crucificada patas arriba.
Yo no le creí una puta palabra y le sugerí
que siguiera tomando fotos o de lo contrario

que fuéramos de una vez por todas al Quitapenas

a comer cazuela a tomar cerveza y a gastar los ahorros y las conciencias

con las mismas preguntas de siempre.
No hay tal cosa como un colapso.

¿No es cierto Ted?

No, no la hay.

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