viernes, 1 de enero de 2016

CLAUDINA FIGUEROA LEYTON/ PIEDRA LUZ


Por doquier los signos del estio
rodean sus reblandecinos huesos;
el viejo levanta sus brazos
como el àrbol añoso sus ramas secas.

Sentado en su tumba de piedra y luz,
desherado de azar y compromisos,
no puede sacudirse el cansancio,
se ha vuelto su esqueleto verdadero.

Derrumbes en la propia sangre,
erizadas espinas en los pies
clavan su impiedad, a cada paso,
en el fatigado corazòn.

Ha andado y andado su pobreza.
La soledad sabe hacerse larga
en caminos de hierba crecida,
en veredas con seres desdeñosos.

El quiere ofrecer a Dios su abandono.
En la iglesia de tan alta cruz
agradece a la sombra que lo acoge,
a ese manto de frescor que anticipa.

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