martes, 13 de mayo de 2014

MARIO MONASTERIO CALDERÒN/ INTIMAMENTE


A mis padres y hermanos

La casa de mi infancia no tenía espejos,
a la vera del camino barroso
se sostenía en sus años.
Tampoco tenía vidrios,
nada que reflejara el sol.
Nuestra casa, era una casa pobre y pequeña.
De vez en cuando,
los temporales de mi infancia y el viento norte
remecían nuestra débil choza
y provocaban un gran miedo:
el viento quería descuajar los cimientos invisibles
y las húmedas y delgadas paredes vibraban fuertemente...

En torno a las brasas del invierno
contemplábamos el fuego.
Mi padre siempre tenía una historia,
y mi madre, siempre un quehacer escondido.
Nuestra tertulia terminaba en cenizas blancas
y nuestros sueños tenían perfume de ciruelos y yuyos.
Nuestros amaneceres eran miles de pajarillos y mariposas,
y nuestros juegos tempraneros tenían que ver con caracoles,
con el ruido de escarchas y con el viento frío
revoloteando en nuestros cabellos negros.

Mi casa de la infancia no tenía espejos,
no tenía cristales y no tenía reflejos de sol.
Nosotros, un día descubrimos nuestra faz en el agua,
allí, al menos, yo conocí mi rostro y mi sonrisa.
Nosotros éramos hijos del campo,
hijos de la tierra,
nuestra piel era morena y nuestros ojos pequeños.
La gente morena, de ojos pequeños, nunca necesitó espejos.
La casa de mi infancia tenía frente a sí el campo:
una alfombra verde que nos dejó la pubertad
y que nunca más encontraremos,
que ya nunca existirá.

1 comentario:

  1. ¡Vaya!, esta sí que es sorpresa...encontrar aquí a Mario Monasterio, quilicurano de cepa, con uno de sus poemas más conmovedores. Precisamente, es uno de los publicados en Revista La Mancha virtual y edición de papel.

    Un agrado volver a leerlo. Gracias Rodrigo por compartirlo.

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