miércoles, 17 de abril de 2013

PAVELLA COPPOLA/ EL PESO DE LA MEMORIA


Te sientas en una butaca de este oscuro cine, que es la vida, comadre calavera.
Y ambas jugamos a un espanto flaco.

Ya el resto del público hizo abandono del auditorium,
y nuestro espectáculo es lo único que persiste.

La tierra nos aplasta y apenas si respiro,
la publicidad y el consumismo me han inventado la ronda del Dos Mil:
“Hubo una vez un tío, que de huesos se sostuvo en el ayer,
hoy únicamente posee el verbo DESAPARECER”.

Concluimos nuestro juego y me convidas un cigarrillo.

Tus dientes castañean, ¿acaso de frío?
Te tomo de la mano, puro hueso, y
me cuentas cómo eras, cómo tu cuerpo vivo antaño hacía el amor,
de qué manera eras cuando eras.
Y ríes hecha de ayeres,
y destilas esqueleto, ojos ausentes en el hueco donde persistiera tu mirada,
y adentro de mi propia palabra
presiento el absurdo que me carcome mientras miro.

Hoy ha sido publicada la noticia de tu hallazgo, comadre calavera,
Allá en el norte. O en el sur.
Doscientos cincuenta pesos
he pagado por la entrada a esta función de gala
en el reino de los desaparecidos.

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