martes, 16 de abril de 2013

JORGE CID/ EN EL GÒLGOTA DEL BARRIO


Desde el hospital de mi hambre
canta el hombre humano aterido.
Soy más que nunca lo que nombra la palabra espasmo,
lo que nombra el dolor
y ese gusano que por debajo de la piel le hace nido:
la miseria clínica del intento.
Con la intensidad del celo
me bato en la perversión de la técnica:
sondas, punciones y rumor, rumor de pasillos.
Me mata la herrumbre desta cueva de ladrones
en la que me convierten.
Ya no hay frescor de frutas en el patio umbrío de los ilícitos.
Menos la noche donde nuestro ímpetu
nos ahoga en un clamor de labios.
Ya no es el vértigo de la mar mi índole abierta.
No viene la voluptuosidad del vino a quitarme lo cobarde.
Hay sólo una dosis más copiosa de sedante
porque viene peor el acceso de dolor
y no rinde la tasa de los opiarios
para sanar esta ira que yo no entiendo
si este cuerpo sistema mío no hizo nada.

Hojarasca, quebrazón, crujido y polvareda
en este catre hospitalario donde se compunge
hasta la más barata de mis arterias,
porque no calienta deste lado del exilio el sol
como cuando niños echábamos la primera manotada
al invento del placer.
Tibieza y ardor son ahora
quimeras extrañas en este rito prolongado del comercio,
donde me toca beber agria la esponja que me elevan,
en este gólgota del barrio,
a este cristo de todas las esquinas.
Camilla cadalso,
litera que es lítera de un idioma malogrado en sus alcances,
un cuerpo carne fragmento y reseco.
Cólera de la huesa que antecede su oscuro nicho
en esta cúpula de miedo,
las cuatro arterias que son paredes que son encierro
que son dimensión y saña desta escena.
Braman mis miembros, señores,
el bramido de una pieza de ganado
que está perdido de la chacra madre,
que es ahora un esqueleto que se eriza
bajo el rigor de sus muñecas amarradas a la camilla cadalso
que te y que me ciñen al beneplácito político de la vida.
Fluido, sonido y ritmo hospitalario
titilan, persisten, son música de muerte, orquesta depravada
cuando cerrados los ojos estoy solo
de noche en el cuarto hueco de la posta
y el murmullo murmullo murmulla por los pasillos de la burla,
seseos, seseos con sorna
que huyen y rehúyen la veda que impone
el silencio que ya no manda.
Veo la venta de mi alma al peor postor de la demanda,
buitres, mirones, delatores,
finos malhechores que confirman su mal presagio,
ese augurio nefasto que dicen antiguo, pero que inventan ahora
para sustentar la desaparición del ganado.
Yo ya no estoy para gemirles
que es la labia larvaria
que es la verba recia
que es la lengua guarra la que formó hecatombe mi derrotero
que se encabrita ¡carajo! en la marcha
y se repliega, señores, en sí
cuando el candor de la refriega me hace hombre
por lo mortal que tiene el sonido
y la sombra de la palabra hombre.

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