Era una isla
ella, un océano.
El mundo estaba lejos.
Ella, mojaba sus riberas,
le daba peces no seducibles por anzuelos,
un horizonte circular que él siempre contemplaría a la distancia
sin tocar ni comprender.
Él, fue su tierra, su ombligo seco,
por el cuál se conectó con el silencio,
la inocencia, con el humo de las hogueras.
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