domingo, 25 de agosto de 2013

SAMIR NAZAL/ AL FINAL DE LA CENIZA


La gente que va sola, duerme sola;
el silencio se solaza con ella.
A su casa llega sola: no enciende luces.
La sombra osa abrazarla: vecina, se aproxima,
sigilosa: sienta sus blandos huesos
sobre el sofá y rebulle sus rodillas
contra la carne sola. Cruza las manos
la gente sola y accede a su promiscua
sonrisa. A veces, suspira o espectora
brutalmente. Alza la mano remisa
hacia eso.
El óleo consagrado de la calle
–consortes espectrales– pluraliza la espera.
Se esfuma el rostro en el espejo, híbrido,
acaso surge. Los retratos acechan
un asequible turno de perfumes.
Refugian los sueños: reflejan flecos,
borlas, tapices, cortinas, balcones,
enredaderas, el esbelto cenit.
La espalda de la gente sola es rugosa.
Ancha, comba, recelosa. Muy dura al tacto.
La gente sola no muere, queda sola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario