DIFUSÌÒN DE TEXTOS DE POETAS CHILENOS DE TODOS LOS TIEMPOS, A CARGO DEL POETA RODRIGO VERDUGO.
martes, 31 de mayo de 2016
FELIPE GAMBOA BRAVO/ ORFANDAD DE LA MEJILLA
a Juan Bravo, mi abuelo
I
nostalgia de las nubes que anuncian la lluvia
trabajar en la uva o trabajar en la uva
la madre de las madres que regresa a reclamarnos las tablas
el terral es un viento cálido que lo arrasa todo
la imagen píxelada en la pantalla
revela el lugar donde las palabras animadas por las llamas
suspenden el horizonte
añorando a las migajas que aún quedan bajo el mantel
desangrado gota a gota
las hojas hacen algo que no podemos explicar
mientras la corriente dibuja la trayectoria de los astros
el otoño cierra los párpados
profanadas sus cenizas
el abuelo regresa a exigir el casamiento de los concubinos
pero el pasto ha crecido demasiado
el parpado enterrado emerge
como juguetes de niños
la mañana traía pedacitos
trozos de piernas esparcidas sobre el pasto
uñas pegadas a las alas de las moscas
edificamos desde los cerros la patria del labio
el relámpago como único regazo
como hijo de sí mismo
la yema de los dedos presiente su follaje
el trozo de pimiento finaliza la pira
la llanura inmolándose ante la rectitud de su destino
II
el sermón caliente del último vaso de vino
degollado por su propia madre
como el zumbido de todo lo que gime
la piscola automática apuntando a tu cabeza
cuando tenemos que encerrarnos en nuestras casas
agazapados con el cañón entre los dientes
todavía quedan moscas en la cocina
chillidos vendados de muerte
lenguas de sal
la mañana escupía pedacitos
torsos acribillados arrojados a la calle
magnolias daban a luz leoncitos bebes
escribíamos un poema sobre las tribulaciones del hambre ¿pero cómo terminarlo?
conseguimos recordar el lenguaje de los pájaros conteniendo la respiración
amigos que hablan de sus enfermedades o muestran fotos de cabro chico
seres ante cuyo paso el mar guarda silencio
donde no pudimos olvidar
el sepulcro palpita en la garganta
cansado de amaneceres
puse las palmas sobre las entrañas de la tierra
orfandad de la mejilla que nunca supo yacer
como la corteza violenta de los cardos.
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