lunes, 30 de marzo de 2015

FRANCISCO VERGARA/ ITACA


Poco supimos de huellas y ecos
forjados a la sombra de artesanos mayores.
Quisimos abrir los brazos
sin saber del todo el por qué,
no como señal de entrega
ni como una declaración religiosa.
Fue un abrir y cerrar de ojos
la huida en desbandada,
una jauría de perros tras sus rabos
cada cual más obsesionado en lo suyo.
Al intentar el regreso nunca hubo
Ítaca, nunca Penélope,
tan solo canto, canto pálido
de sirenas engañosas.

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