Se pasean muy ufanos los chiquillos,
sosteniendo en la mano un cigarrillo;
y la idea más genial surge ahumada
tras cada una de sus torpes bocanadas.
A pesar de mis protestas, no es sencillo
disuadirlos, ni en la suite ni el conventillo;
y por eso, cuando llego a mi morada,
mi arrugada cajetilla no me dice nada... nada.
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