jueves, 3 de enero de 2019

MARCELO VALLE/ANATEMA



Senos de piedra caliza
que hierven los nudos de la locura.


Una noche oscura en la ermita
en que confesé las umbrías de mi vida.


Y todavía se puede escuchar
como un acorde unísono de soledad
que se desliza en la gruta de mi lengua.

No le cierres las puertas;
¿será lo que tu vientre esconde
aquello de lo que se desprenden mis días?

Orador, soterrado en mi orilla,
cuéntame lo absurdo de mi hombría
nacarada en arenas movedizas,
dame los argumentos más siniestros
que pudieras coagular en tu risa.


Orador,
entramado en mis heridas,
es hora ya de que conozcas lo secreto.
Eso que jamás leíste en las rápidas manchas
y los glóbulos densos de tinta.
Eso que nunca discutiste hasta la náusea
en tardes de cónclaves alegóricos.
Eso que pulula en recámaras oníricas
en el paraíso de lo posible imposible.

Orador;
guárdese este anatema mío
que sangra por las paredes
de su escapulada conciencia,
usted podrá encontrar que,
aún bajo la tupida zona
de tinieblas de porcelana,

hay un resquicio de la aureola
que fue mi corazón
irisado y violento;
véase reducido a
matorrales agónicos de ceniza
y que susurre,
que susurre,
que se abra
y que se cierre,
y que titile,
y que salte de cráter en cráter

para subyacer en su sonrisa,
y que galope silencioso
por los bordes del estrecho desfiladero
del purgatorio,
y que trastabille
y que caiga
y que desaparezca
entre gestos convulsos
para usurpar su sentir,
su pálpito,
y su esencia
y que se refrene en usted como un gemido
a la desesperación
de algo que hallábase
irremediablemente
vencido.


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