sábado, 12 de enero de 2013

SERGIO BADILLA/ HOY ME DECLARO REY DE SNAELAND

Hoy me declaro rey de Snaeland
en la espesa bruma que ciega la bondad de los ojos
ante las piedras quietas que fueron arrancadas de su sitio
para ocultar la huella de los que se fueron en la tierra.
El trueno sonó repetidamente en la oquedad del silencio
rompió la humildad visible de todos los cristales
y los años se hicieron inciertos para aplacar la terquedad
de la memoria.
Muchos callan sus bocas o dan vuelta la espalda
desean recurrir a la lógica del recuerdo que se pierde,
a la solemnidad del buitre cuando alcanza las alturas,
pero que aún así, se nutre de horror en su rapacidad de ave.
Las playas siguen siendo arenales,
donde se esconde la vergüenza de los cuerpos sin rostro.
El oso avista una vez más, bestialmente a su presa
entre las rocas,
sin embargo, su zarpazo no tendrá la misma fuerza que antes.
Mi casa está todavía, me dicen, en la vecindad humilde
de las bajas lumbres,
donde se refleja el vértigo de la totalidad del universo,
en la intransparente oscuridad de los rincones.
Equivocado así pues, en la duda, seguiré siendo el extraño,
el ingenuo, el absurdo, el pendenciero.
Vuelvo entonces de un país con un nombre
que se queda asido con la prontitud de los labios,
siendo un desconocido paria.
Cuento historias, me escuchan los viejos,
otros relatan con magnitud, la relación de sus propias epopeyas,
y nos cansamos de escucharnos
hasta que explota, llena de luz, el alba en mi cerebro.
Alguien dice que los vientos aún arrastran la muerte
que el inclemente ya no pertenece a este antiguo vecindario:
Aún así, hoy me declaro rey de Snaeland,
del suelo que se mantiene verde todavía, a pesar de la tristeza,
cuando mis padres dejaron los ruegos y me hablaron con furia
para conocer de donde proviene tanto dolor inconsolado.
Fueron otros los que esquivaron la mirada a la intensidad
del fuego
y mis pasos torcieron súbitamente su rumbo, fiordo arriba,
con mis hijos, con Ture y sus hermanos
donde la soledad se esconde silenciosa detrás las estrellas.
Hoy me declaro rey de Snaeland.
Un relámpago invernal intenta arrebatarme la certeza de mí lengua.
Se desvirtúan los años en la raritud de otro suelo
y pienso que mis huesos se profanan,
se herrumbran en la perpetuidad del esqueleto
si la verdad no alcanza la utilidad de la modestia.
Entonces no hay más oficio que mirar la tierra desde abajo
para evitar la desesperación que trae la memoria en sus pendones.
Hoy me declaro convencido rey de Snaeland.
El mito no ha de quedar inconcluso en la apatía de este tiempo,
sin dejar huella evidente de la anterioridad de mis pasos,
porque sé, que algún fantasma perseguirá eternamente mis sueños.
Lloro quizás, al recordar las viejas desventuras,
y tropiezo, con minuciosa calma
cuando los trastos de mi nueva casa, se interpongan obstinados
en la lentitud de mis torpes pasos:
la oscuridad crece, silenciosa y desordenadamente en mis contornos,
aún así, exijo la dignidad que el vencedor debe al
derrotado.
No hay ceremonia, ni invitados,
No hay pajes, ni sirvientes:
sólo la dignidad del que regresa
hoy, cuando me declaro, finalmente, rey de Snaeland.

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