II
Hermano,
observa con mis ojos
los rincones,
las mareas del vacío
que se detienen
y luego huyen
acariciando la tierra:
el aire que defiende la atmósfera,
la raíz sin perfume
que habita en las estrellas.
Y dime:
¿qué luz oscurece el llamado a existir,
mi tristeza?
Ven a mirar
el otoño incansable,
la rama transparente,
la copa ciega
que derrama
la voz del silencio
en la distancia.
Y levanta entre tus ojos
la piedra que golpea
el cruel relámpago
de mi sepultura.
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