Él, mantiene sus alas tras de sí,
elevadas un poco,
y, como si tuviera cintura, gira,
bailando gira y saltando gira sobre sí,
mientras sube y baja andando entre las ramas
y dice en distintos tonos:
güisch, Güisch, güisch, Güisch.
Mientras la gorrión,
con la que comparte el árbol,
inmutable, en una rama quieta,
al ver que él se acerca, le grita
corriéndolo: shiu, Shiu, shiu.
Él, alegre y tenaz,
sigue girando, bailando y saltando
entre las ramas.
La corteja.
Ella, muy molesta al ver que el gorrión
se acerca más y más,
le lanza picotazos a sus alas bailarinas
-a veces lo alcanza, otras no-
y ella le grita más fuerte: Shiu, shiu, Shiu.
Él no se inmuta, y sigue contento,
bailando y girando sobre sí,
y cantando entre las ramas sigue:
Güisch, güisch, Güisch, güisch.
Entonces algunos días después
durante una mañana
salgo al patio a ver si llegó el gas que pedí
y de reojo, en el mismo árbol,
veo que ambos gorriones ya dialogan -cómplices- Amor.
Golondrina, extendidas sus alas de mariposa, se cruza en el aire
volando de pecho blanco erguido, entre el árbol de ellos y yo,
y entonces parece que el ser de los cincos se une en la Vida.
Y todo es Otro: los mismos colores distintos:
en vez del cielo azul, el negro teñido del escarlata.
¿Será el mismo Tiempo, ahora visto desde ellos y su amor? Quién sabrá…
La golondrina canta la escena -poesía del instante-
(Pero ¿Qué agregan las golondrinas con su suave trisar,
que desde su pecho blanco viene?...).
Y nuestras acciones se cruzan y nos comprendemos,
aún distantes, por un momento
posibles de vernos cercanos e inocentes.
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