sábado, 18 de junio de 2016

GERMÀN ESTRADA/ QUISE QUERER


Quise amar sin saber
que es amor.
Quise ser feliz.
Quise dioses y razones,
un sentido.
Quise explicar la totalidad.
Quise ser alguien,
quise hacer algo.
Luego quise ser otro
y no hacer nada.

Quise palabras y me sumergí
en las frías letras de los libros.
Buceando en mares de lágrimas,
azotado por las olas
en las rocas de la locura.
La humildad me hizo leve
y no pude alcanzar lo profundo.
El lastre de la soberbia
me impedía emerger.
Atrapado entre dos aguas
teniendo por tesoros al hastío
y algunos versos de coral.

Quise una nave y viajar
a la deriva, mar adentro
por el conocimiento
hasta naufragar en la sabiduría.

Quise libertad y vida.
Sobredosis de hazañas y fenómenos.
Quise el bien y el mal.
Los quise opuestos,
los quise complementarios
los quise idénticos.
Luego quise espíritu.
Quise verdad.
Quise absoluto y tiempo.

Quise magia y brujería,
hechizos y visiones
que me liberaran
del orden de las cosas.

Quise caos, poder y revolución.
Quise santidad y una espada.
Quise sin miedo
Quise sin tristeza
Quise un corazón en llamas
y el ímpetu y la fuerza voluptuosa
que empuja a los ríos y atraviesa
desde la semilla, la tierra
hasta los altos tallos de los árboles.

Quise luz y sombra.
Quise distancia y ternura.
Quise el sol arrebolado entre las nubes
y el silencio y la paz
de las altas cumbres.
Quise desfiladeros, acarreos de piedra,
nevazones, tormentas y aludes.

Quise el desierto y una luna gigante,
miles de astros descolgados al paisaje
y todo el cielo brillando
en su destrucción sutil.
Quise el vuelo de ciertas
aves solitarias y espléndidas.
Quise un templo desafiando
la gravedad en un acantilado,
una choza montada en palafitos
en medio de una laguna florida de lotos.

Quise la belleza
de una música nostálgica
mientras caminaba fumando por
las húmedas calles del alba
en una ciudad extranjera.

Quise beber todas las gotas de rocío.
Quise la barbarie
y la naturaleza salvaje de las bestias.
Quise crueldad y venganza
en todos los idiomas de la tierra.
Quise la soledad ebria
de un hotel decadente.
Quise sexo y furia y daño.
Quise que todo fuera una película,
una vieja fotografía
una obra de arte.


Quise el goce y no más dolor.
Quise morir.
Ya no quise más.
Y el deseo era inmortal.

Quise un epitafio
que contuviese las ideas,
la materia y la energía de este
universo y los por venir.

Quise un cenotafio
esculpido en vanidad e incrustado
en nácar, piedras y metales preciosos,
un monumento que sin contener
mi cadáver
recordara mi muerte.

Quise trascender y sobrevivirme.

Entonces escribí
y el hambre del poema
lo devoró todo.



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