domingo, 8 de diciembre de 2013

ESTER VÈLIZ CUEVAS/ BALADA DEL RINCÓN NATIVO


Vichuquén,
pueblo tranquilo, indolente, desenfadado,
tu nombre indio atestigua tu genealogía.
"Brazo de mar" disminuido en el más apacible de los esteros,
cuando la carabela de mi infancia se deslizaba
rumbo al país de los palacios encantados,
de los desconcertantes monstruos de las fauces abiertas,
de los árboles provistos sólo de hojas de esmeraldas
en donde los pájaros tocaban en un violín de oro,
embrujadas cadencias para la danza de las hadas.
Pero a veces,
durante el intervalo de llanto que se extiende
entre la mortal agonía de la gran mariposa de otoño,
cuyos millares de alas ha de arrastrar el viento
por sobre la humedecida faz de todos los senderos,
y el retorno de las golondrinas que traen la suavidad
de la luz de la lámpara que alumbra perennemente
los azulados valles de la otra orilla del mar,
parece entristecerle la pasada grandeza de sus
plantas marinas, la agilidad de sus enormes peces plateados,
y ciego, turbio, trágico,
como el crecimiento de una obscura pasión,
invade en la noche las estancias del sueño.
En tus cerros altivos
como la cima donde se yergue la bandera triunfal de mi
cansancio,
juguetean las cabras al rojo resplandor de los atardeceres,
y ondulan los trigales, y sueñan los viñedos,
bacanales que emanan
el extraño perfume de las flores abiertas en la penumbra de un
abismo,
mientras abajo, en la llanura, la vida sigue su curso
de escenas que no cambian: de calles aburridas,
de bramidos de vacas que anuncian el avance de un nuevo
amanecer, de campanas,
exaltando la beatitud de las rezadoras de todos los días,
de casas que bostezan bajos sus amplios corredores coloniales,
de paisajes dormidos, de viejas guitarras desgarradas,
y de un viento de bellas leyendas y sombrías supersticiones
que aún sopla a través de mi corazón envejecido.

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