Dios sabe si, no obstante mi orgullo desmedido,
no soy yo más humilde que penitente alguno;
El me perdone el gesto con que siempre he querido,
pareciéndome a todos, no emular a ninguno.
A manjares de gloria contr3lpuse el ayuno,
los repudié aún creyendo que era yo el escogido,
y si grité en la plaza mis vicios uno a uno,
calculé en cien virtudes mi tesoro escondido.
Soy la más rara antítesis; amo a quien más ofendo.
Juguete irremisible de mi sino estupendo,
quisiera dar la muerte para brindar la vida.
y un día, cara a cara con el Crucificado,
presa de innobles ímpetus, herirlo en un costado,
r luego con mis besos cicatrizar la herida.
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