Yo te quise tener en tiranía
y ha resultado al fin, viejo tirano,
que solo bajo el peso de tu mano
respira libertad del alma mía.
Has acabado con mi rebeldía
y soy ante tu hierro como un llano
dispuesto a recibir el áureo grano
de la pasión y la melancolía.
Sé que después agostarás mis rosas;
harás mis tardes lentas y brumosas
y, finalmente, dañarás mi trigo…
Pero entre tanto, viejo soberano
qué grata suavidad, la de tu mano
y qué dulce castigo, tu castigo.
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