domingo, 6 de enero de 2013

HERNÁN CASTELLANO GIRÓN/ AMORES NEGROS

Los amores negros van saliendo de sus espinas
Van naciendo a trasmano, en instantes efímeros
Tan breves de parecerles que el tiempo tiene una garganta
Como la del Mäelstrom o la de los Ogros legendarios
Para tragarse cada sorbo de felicidad
Como papeles secantes de extensión ilimitada, donde está
Impreso el rostro de quienes, por amarnos como nadie
Nos guían suavemente hasta el abismo
Para luego empujarnos y escuchar nuestro grito
De horror en la caída.

Cuando la luna se vuelve oscura, esto es
Cuando navega hacia atrás en el calendario
Mientras todos dormimos, menos los ojos
Que se abren hacia el reino de la locura, ahí
Los amantes negros se pueden mirar a los ojos.

También cuando el vino se adensa en las arterias
De los que aman pero no son amados
Y de los que quisieran amar pero tampoco pueden
Porque tienen una espina atravesada en la lengua
En aquella parte donde la palabra suele brillar
Como un lirio de cristal que se destruye al ser mirado
Pero suele soltarse para pronunciar el verbo del amor
Y para susurrar las palabras tiernas que algún oído
Quisiera escuchar, pero la boca exhala sólo un trino
Parecido al canto, muy lejano
De ciertos ruiseñores que protegían nuestras vidas
Allá en el valle de Capena la capital etrusca
Ríos que carecían de peces y hasta de agua
Pero donde las ranas croaban para inducirnos
El sueño, porque de noche alguna agua fluía
Como en secreto sobre piedras blancas y lisas.

Allá, en esa distancia que trasciende todas las distancias
Allá tu ojo enfermo miró al mío, también enfermo
Este desde siempre, desde que miré al cometa de 1948
Caer como si el cielo me lo estuviera regalando
Porque sabía que no tenía ni nunca tendría amor verdadero
Esto es el que se da y se recibe, no solamente el recibido
Como la plusvalía de los días que nuestra madre
Nos regaló en un paquete de regalos sin envoltorio
Ni regalo, salvo un ojo vítreo como de cordero
Muerto entre quejidos y rezos y gesticulaciones profanas
Entre los miles de días en que yacíamos
Mudos, inmóviles entre los espectros que galopaban
Pasando incólumes y desnudos de carne y alma
En el aire criogénico de la muerte.

Los amantes negros pueden juntarse
En el hueco de un alfiler que perfora la Nada
Provocando a su vez una oquedad
Como una perla negra que valiera por sí sola
Todo este mundo y el otro. Pero ninguno
Al menos ni tú ni yo, podría verla ni tocarla.

Si tan sólo supieras cuánto me queda por llorar
En un momento te detendrías a mirarme, lo sé
Pero nuestro llanto y nuestra risa son estrellas
Que nunca se han abierto en ningún cielo
Salvo el que en el fondo de algún pozo secreto
Dos ojos vieron allá abajo, en esa agua bendita, antes
De que todo desapareciera.

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