No hablemos de poesía
abramos el pan
transfundamos la sangre de la parra
subidos a la mesa
hartémonos del queso fresco de las nubes
prestemos la piel a la tormenta.
Cada pétalo caído en el jardín de al lado
es el saludo
de los astros apagándose.
¿Por qué tendrán que morir los poetas?
¿Alguien no dijo que eran el blasón de la frontera?
¿Por qué los atesoran
la noche anterior a su partida
y los dejan sin la víspera
ni las despedidas?
En la Trapananda andan voces
bajo las higueras
los vasos llenos
sin una gota de poesía.
Sólo el pan y el vino
en la comunión de la palabra
y la mesa en que acostarnos
cuando no podamos seguir en pie.
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