Con la serenidad del que ya nada espera
porque todo lo tienen, quisiera ver la vida.
¡Cuánta fulguración de luz de Primavera
en la senda tranquila, perfumada y florida!
Y sentado a la vera del camino sonriente
con la dulzura enorme que el cansancio nos deja,
sentir el beso suave del sol sobre la frente
y el de Dios en el alma, ya adormecida y vieja…
Y quizás solo entonces mi ser comprendería
la dulzura infinita de las terminaciones,
en la tierra mis ansias; en el espacio, el día…
Y así, tranquilo como la flor que el polen vierte
y después se deshoja, mi cuerpo y mis pasiones
pondrá entre los brazos eternos de la muerte.
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